La Confesión

El sacramento de la reconciliación es un espacio especial, inventado por Jesús, en el que podemos abrirnos sin máscaras –sabiendo que Dios nos acepta como somos–, donde podemos descargar en su corazón todo lo que nos pesa. Pero también podemos agradecerle, pedirle, revisar qué hicimos bien, o qué bien nos regaló Dios a través de los demás, de la naturaleza, de la vida misma.

Primero lo hacemos mano a mano con Dios, en oración. Y después lo completamos, pidiendo perdón a través de un sacerdote –tanto a Dios como a todos los que lastimamos con nuestro pecado–.

La pausa diaria

1. Me voy relajando, acallando el ruido interior y tomando conciencia de que voy a hablar con Alguien que me acompañe.
2. Pido luz, ser lúcido, intentando vivir en transparencia: “sin el misterio de la luz la vida completa se vuelve laberinto”.
3. “¿Por dónde pasa mi Señor?”.Voy recorriendo la jornada, viendo las pequeñas o grandes presencias de Dios en las personas, en los sucesos, en los sentimientos, en las lecturas, o en el trabajo bien realizado.
4. Doy gracias, reconociendo tanto bien recibido y el bien que he podido realizar durante este día.
5. Pido perdón por todo lo ambiguo, erróneo, dañino o negativo que haya podido hacer.
6. “Señor, ¿qué querés que haga?”. Pienso en cómo espera el Señor que actúe mañana.